En los últimos años del colegio, nuestro equipo de baloncesto estaba registrado en las ligas oficiales escolares. Yo era parte del equipo y mi habilidad era tal que creo que sumé un total de 5 minutos oficiales jugados en 3 años. Antes, en el deporte escolar, las cosas se hacían de otra manera a como supongo que se hacen ahora 🤷🏻♂️. El caso es que yo era más malo que el baladre pero más o menos sabía lo que tenía que hacer y dominaba los movimientos básicos, más allá de que la pelota me durara 5 segundos en las manos. Con los años mi técnica no mejoró, como así pueden atestiguar mis amigos y compañeros podcasters Diego Ujaldón y Paco Pérez Cartagena, si es que no han conseguido erradicar de sus mentes el infausto recuerdo de haber jugado conmigo alguna vez; no obstante diré en mi defensa que ya con 14 o 15 años sí realicé un papel destacable en algunos torneos veraniegos en el pueblo, mereciendo un apodo que ya os contaré en otra ocasión.
Mi suegro ha instalado en su casa una canasta de mini-basket que ha puesto a una altura suficiente para que mis hijos encuentren satisfactorio jugar. El otro día cogí una de las pelotas y me dispuse a enfrentarme a los dos mayores, realizando un par de fintas, pasándome el balón botando por debajo de las piernas y terminando la jugada con un tiro en suspensión que entró limpio. Mis hijos me miraron asombrados 😳 como preguntándose qué demonios acaba de pasar. Les expliqué brevemente mi pasado en las canchas y luego escuché a mi hija Isabel decir: “Nunca había visto a papá moverse tan rápido”. No sé si alegrarme o entristecerme 😅