Con el fin de las restricciones van volviendo costumbres prepandémicas, como la celebración de los cumpleaños infantiles. Durante todo este tiempo, los padres hemos lamentado el aislamiento de nuestros hijos respecto a sus amiguitos, y ellos han echado mucho de menos estos eventos, que sin duda constituyen la cima de su esquema social. Cuando los primeros cumpleaños volvieron a celebrarse, tímidamente, nos alegramos e incluso emocionamos a verles juntos de nuevo celebrando fiestas. Ahora que ya han pasado unos meses, la realidad que apenas recordábamos se nos presenta de nuevo brutalmente ante nuestros ojos. El viernes en la tarde fui a llevar a Emilio a una fiesta en uno de esos establecimientos especializados en cumpleaños infantiles. CINCO eventos se estaban celebrando al tiempo, en un local muy bien equipado y habilitado, pero que representaba la viva imagen del caos. Padres, madres y monitores trataban de mantener cierta sensatez en una escena que solo puedo describir como dantesca. Queremos celebrar allí el cumpleaños de Emilio, en marzo. Cuando le pregunté a uno de los monitores que por qué es imposible hablar con ellos por teléfono, sostuvo su cansada mirada sobre mis ojos unos segundos para, a continuación, girar la cabeza hacia la derecha, señalando con su brazo la escena que antes he descrito. Cuando hablé con él sobre la futura reserva me insistió mucho en las bondades de celebrar el cumple un jueves o un martes o un domingo por la mañana, y no viernes y sábados como todo el mundo. Dice que tiene ya 60 cumpleaños reservados para marzo. Llevaba una pulsera publicitaria de una conocida marca de ansiolíticos.